Sentada
en su silla transparente, desnuda y sola en el jardín de su casa, deja que
el agua de lluvia la colme.
Es un diluvio; ella, como
hipnotizada, los ojos en algún punto... apenas parpadean, no hay seguridad en que tenga pensamientos. Simplemente está.
El cabello rubio
oscuro pegado a su cabeza, cara, hombros, espalda…sobre los apoyabrazos
los suyos con las palmas abiertas hacia el cielo; la espalda apenas
curva y el vientre liso colmado de cristales líquidos que parecen vivos.
No parece una
señorita; más bien un cuerpo esperando por un exorcismo.
La gata gris, su
gárgola, la observa cómodamente tras el vidrio de la ventana, quizá sea algo habitual, quizá no; es entre ellas.