Fiestas...

Nunca me gustaron las fiestas, ninguna. Incluso cuando tenía con quien compartirlas sin esforzarme en elegir una invitación en particular.

La calma agridulce de la ciudad cuando la humanidad entera desaparece, desata una especie de ansiedad curiosa en mi: no puedo parar de comer. Durante todo el día le doy a las porquerias.

Me lleno de planes para ocupar dos días en mi vida porque siento que no voy a poder llenar tantas horas de nada, pero al pedo porque si hay algo que me sale naturalmente, es boludear .

Literalmente, no hago nada, con excepción de comer y pensar en comida.

No soy de desear  “felices fiestas” o “felicidades”, me parece una soberana pelotudez. Nadie es feliz en las “ fiestas” ni los solos ni los acompañados, simplemente la gente se distrae, se mueve de aquí para allá, se aturde, morfa y gasta… y espera recibir “algo”, definitivamente esto no tiene nada que ver con la felicidad. Además, nadie va a ser “feliz” porque “yo” se lo desee o mejor dicho, se lo diga. El  riesgo es quedar como una maleducada y la verdad, me la trae floja.

Lo que me angustia un poco es que en vísperas de la celebración, cierre el super chino.

Es grave, porque al otro dia no habrá nada abierto y el super chino siempre está abierto, entonces cierra y caigo en una pequeña depresión ; hago repaso mental de todos los víveres que tengo almacenados y me doy aliento bajándolo todo con una cerveza. Sé que puedo.

Ahora me acuerdo que entre todo lo que no hice hoy, algo hice: fui al Abasto a comprarme un libro, no sé, me dieron ganas de leer algo, una historia y cuando encontré lo que buscaba ( en versión pocket que es más barato)y ya en la cola, me concentré en las cajeras y escuché todas las cosas bellas que tenían para decir: “si no bajan la persiana van a seguir entrando estos” o el clásico resentido “nosotras también tenemos una vida” o también “tanta necesidad de joder tienen que vienen justo ahora a comprar libros”.

En fin…