sábado, 10 de septiembre de 2011

Amor.

Exiliada de la humanidad no atiendo el teléfono, el timbre me da fobia por la cercanía del que lo toca; decido intentar no salir por unos cuantos días. Si fuese hombre, me dejaría crecer la barba.
Escribir toda idiotez que se me pase por la cabeza, podría grabarme también, pero no quiero hablar. Y me pregunto en voz alta porque cada vez que corro hacia la libertad, termino en mi escritorio.
Mi escritorio que es una secuela del torbellino que a veces puedo ser. Es mi guía; querría que lo rigiese el más extremo orden pero en cambio es de un caos innegable.
Tiene valor afectivo: el padre de mi más fiel amiga lo cargó en el techo de su auto y me lo trajo hasta la habitación que ahora domina, frente a la ventana. Yo recién llegada, tenía dos valijas y un abismo en el pecho. El escritorio le dio sentido a mi vida.

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