jueves, 11 de agosto de 2011

Tarde de invierno.

Como estamos  en Europa, se la da de europea y se me planta en el living sólo con un toallón en la cabeza y la tanga que tiene la mariposa atrás asfixiada en la raya de su culo.
Mientras intento protegerme de verla, ruego que envase las dos calamidades colgantes de las que ella está secretamente orgullosa.
Ciento diez  kilos abren la heladera (¿cómo no?) y se sirven un postre de chocolate que sospecho es mío. Todo eso mas la cuchara sopera,  se sientan en el sofá de dos cuerpos que me acoge. Calculo que en pocos minutos lo va a ocupar todo y voy a tener  serios problemas para respirar; me levanto y pienso por un minuto…afuera está gris y hace un frío de cagarse, pero no veo otra escapatoria; hubo una época en la que yo era más directa y me comunicaba del modo usual, pero no puedo dar clases de ubicación. A cagarse de frío nomás…
Tres pubs por cuadra, la tentación es demasiado grande y cuando estoy lo suficiente lejos y perdida de casa,  sin elegir demasiado me mando a uno de los tantos Temple Bar que hay por el país,  calculo deben ser las cuatro de la tarde pero el lugar está poblado, el ambiente es alegre y la música apenas se percibe. Me siento en la barra y me pido una Guiness, observo como se desmorona su característica espuma y le doy un sorbo. Me conecto con el lugar: en una mesita cerca de la ventana con vitraux y maderas, una cincuentona con ropa deportiva y bolsa de compras de la que asoman tallos de apio y botellas, le murmura algo a su pinta de cerveza rubia.
Al lado mío hay dos hombres  de traje y con peluquín, recién se conocen, pero la magia de la cerveza y el partido de rugby que emite la pantalla sobre la barra de espirituosas hacen que parezcan amigos de toda la vida.
Después de la tercera pinta ya ni miro la espuma desvanecerse, la música está notablemente más alta y la gente pasa  por mi lado como en cámara rápida, no sé a cuántos galanes de after office  dije que no y a los que les dije que sí, no sé porque ya no están.
El cantinero me mira enternecido, supongo que a estas alturas siente algo de lástima por mi, pero también me ve como una mujer fuerte que sabe hacerse valer, por eso me premia con otra pinta: “up to me”  me dice, con las mejores intenciones, pero del pedo que tengo ya ni puedo hacer foco.
 Llego a casa y me encuentro con el Botero tamaño natural, desparramado en dónde lo dejé y casi como lo dejé…un poco más grotesco si se puede, con los cuatro potes de los postres de chocolate vacíos que confirmo, eran mi “special offer” de la semana.

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